
Desde hace un tiempo, llevo preguntándome sobre las consecuencias éticas del uso del crowdsourcing. ¿Puede tener algún tipo de consecuencia ética el uso del crowdsourcing por parte de la multitud? ¿Y su uso por parte de los crowdsourcers?
Cualquier tecnología, tal como indica Nicholas Carr en su libro «Superficiales: qué hace Internet a nuestros cerebros» (2011), lleva implícita una ética ya que implica una serie de suposiciones de cómo va a funcionar el cerebro de quien la utilice y presupone un comportamiento por parte de sus usuarios. Curiosamente, ni los creadores ni los usuarios de dichas tecnologías suelen reconocer la presencia implícita de esa ética, aunque su efecto se refleje tanto en la mente como en las costumbres de dichos usuarios.
A esta ética, hay que unir la naturaleza teleológica de cualquier tecnología. Es decir, cualquier tecnología está orientada a un fin: es un recurso instrumental para obtener uno u otro objetivo (Rescher, 1999).
Desde mi punto de vista, tanto la existencia de una ética implícita como la naturaleza teleológica son propias también de procesos o modelos como el crowdsourcing: tiene un fin claro (su fin último es gestionar la Inteligencia Colectiva) y su realización presupone una determinada acción por parte de la multitud (que dependerá de la tarea y por tanto del tipo de iniciativa de crowdsourcing). Al igual que con la tecnología, un proceso o modelo como el crowdsourcing no es más que un medio para alcanzar un fin.
Las tecnologías son creadas con un fin claro y de manera premeditada: el whatsapp se diseñó para chatear, YouTube para visionar videos, etc. aunque su uso haya ido evolucionando. En el caso del crowdsourcing, aunque J. Howe acuñó el término en 2006, no fue creado ni diseñado por nadie: es una de las maneras que ha aparecido de forma natural para gestionar la Inteligencia Colectiva que ha crecido exponencialmente gracias a Internet. Ese es por tanto, como ya he indicado, su fin, su objetivo.
Al igual que con la tecnología, una cosa curiosa que sucede es que muchas veces estos procesos o modelos son completamente ambiguos respecto a ese fin. Un cuchillo sirve para cortar. Pero puede ser utilizado por un chef para preparar una sabrosa comida, o por un asesino para quitar una vida.
Con el crowdsourcing sucede lo mismo. Analizar imágenes es una tarea que per se no implica ningún tipo de problema. Cuando el objetivo es buscar restos arqueológicos a través de la plataforma GlobalXplorer, el fin es bueno. Cuando el objetivo es identificar a inmigrantes que cruzan la frontera de México a U.S.A., aunque sea de manera ilegal, la situación cambia.
Dividir una gran tarea en tareas más pequeñas y ofrecer una recompensa a la multitud a cambio de su realización no tiene nada de malo. El problema aparece cuando a esta multitud se le ofrece una recompensa que no se corresponde con el esfuerzo realizado, convirtiéndose de esta manera en una forma de explotación.
Lo mismo sucede con las iniciativas de crowd-contest. No hay ningún tipo de problema ético en recurrir a la Inteligencia Colectiva que generan los internautas para obtener innovación o creatividad. El problema aparece cuando esta innovación o creatividad no se recompensa de manera adecuada, cuando se rechaza el trabajo realizado por gran parte de esa multitud y cuando la intención es aprovecharse (en el mal sentido de la palabra) de esas personas que participan en la iniciativa.
En resumen, en el caso del crowdsourcing el problema aparece en para qué utilizar esa Inteligencia Colectiva y en cómo tratarla.
Aparece por tanto con respecto al crowdsourcing una decisión personal. El hecho de que el uso del crowdsourcing presente un problema ético (o no) no depende del proceso per se, sino que depende del crowdsourcer: de qué fin persigue realmente (¿ahorrar costes o buscar innovación?, ¿recurrir a la Inteligencia Colectiva o aprovecharse de ella?), de qué recompensa quiera ofrecer (¿son justas?), de cómo quiera plantear la iniciativa, etc.
Todos estos factores serán los que harán que una iniciativa de crowdsourcing sea éticamente aceptable o no.
-
Carr, N. (2011) The shallows: What the Internet is doing to our brains. W.W. Norton & Company, London.
-
Rescher, N. (1999). Razón y valores en la era científico-tecnológica, Paidós, Barcelona.